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Reflexiones personales tras el The Philip K. Dick Film Festival en Nueva York
De niña me había revelado contra la ciencia ficción.
Y nunca hubiera imaginado que con 36 años mi equipo y yo íbamos a ganar el premio al mejor cortometraje de ciencia ficción en el prestigioso festival de Nueva York dedicado al visionario autor de Blade Runner, Philip K. Dick.
El caso es que uno puede acabar yendo en la dirección contraria de lo que le entra un poco por la fuerza, digamos, y mi hogar era un templo de ciencia ficción desde que tuve uso de razón. Estanterías llenas de libros del gran Isaac Asimov, precuelas y secuelas de Star Trek, la famosa colección Orbis (esos libros azules y plateados que los fans del género tendrán bien en mente).
En mi casa no se veían estas series míticas que veía todo el mundo en España como Médico de Familia o Los Serrano, sino un capítulo de Star Trek, Babylon 5 o Deep Space Nine cada noche… ¿Y a quién no le ha pasado que acaba revelándose contra lo que le imponen por la fuerza?
A pesar de ello, no negaré que de manera natural me fui enganchando con los personajes, me enamoré del guapo “Capitán Kirk” y sentí fascinación por “Spock” y la mente lógica de los vulcanianos; me encandilé con el “Capitán Picard” y me encantaba la teatralidad de las historias de Babylon 5, verdaderos dramas shakesperianos que tenían lugar en una nave espacial.
No en vano desde niña había querido ser astronauta y me había interesado mucho por el espacio y el universo (interés que sigue muy presente en la actualidad) pero a decir verdad, siempre lo había hecho desde una perspectiva muy realista. Creo que siempre he sido una persona bastante realista a la que le gusta mucho soñar despierta, si es que esto tiene algún sentido.
Mis lecturas favoritas por aquel entonces tenían una perspectiva muy científica, como Sherlock Holmes, Julio Verne o Agatha Christie. También me encantaban las novelas históricas y el costumbrismo de las hermanas Bronte, por ejemplo, además de ser ávida lectora de novelas románticas (algo que no es que sea motivo de mucho orgullo, pero realmente las devoraba - no le digáis a nadie que tenía un listado por aquel entonces y había leído 70 novelas románticas de Victoria Holt y sus otros dos pseudónimos-).
El caso es que en resumidas cuentas, a pesar de estar empapada de ello desde niña, nunca le acabé de hacer mucho caso a la ciencia ficción.
Pero hubo un momento en que esta perspectiva cambió. Fue hace no muchos años, en 2017, cuando estaba buscando mi voz como directora de cine y aquello de lo que quería hablar. Porque si vas a hablar de algo en cine, que lleva tantísimo trabajo producir, más te vale que te enamore y sea relevante para el mundo, o no irá a ninguna parte.
¿Y cuál era mi género? Para averiguarlo me dediqué a observar y a sentir. Veía muchas películas y series. La ópera prima de Tarkovsky, “La infancia de Iván” ha sido hasta la fecha la película que más me ha conmovido y pude intuir que mi cine tendría que ir por ahí, buscando un sentido poético profundo, intuitivo…
¿Pero de qué iba a hablar? ¿Qué iba yo a contar que no estuviera ya contado? Porque si algo me interesa más que nada a la hora de crear es el espectador. No soporto que me aburran o me hagan perder el tiempo y no soporto aburrir, por supuesto. Y vuelvo a este ser mío realista, práctico.
Y entonces aparecieron Brit Marling y Zal Batmanglij, creadores de películas como Another Earth, Sound of My Voice y de la maravillosa serie The OA (The Original Angel). Brit Marling fue mi inspiración total, quise ser como ella y su cine ha impactado definitivamente en lo que hago hoy.
Historias en las que lo real y lo mágico se mezclan de una manera muy sutil. En The OA la protagonista es una mujer que despierta de un largo coma afirmando que viene de otro lugar que no sabemos cuál es y que puede salvar al mundo, eso sí, si todos colab
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